A)
Pie de Vaca en Tepexi de Rodríguez
En la población de Tepexi de Rodríguez, situada en la
Mixteca Poblana, se encuentra la cantera Tlayúa sitio fosilífero único en el
mundo por la gran cantidad de fósiles en el perfecto estado de preservación
perteneciente a la era mesozoica del periodo cretácico, hace 100 millones de
años. El descubrimiento de los restos de diversos organismos estampados en las
lajas de piedra comenzó en 1962, cuando don Miguel Aranguthy Juárez heredó el
lugar, se dió a la tarea de extraer las lajas para comerciarlas. Las lajas son
rocas de textura muy fina, compuestas de carbonato de calcio utilizadas para
pisos y fachadas. Ante el sorprendente hallazgo, dió aviso a las autoridades
del estado y años después se publicó el descubrimiento de estos fósiles.
Posteriormente en 1981 en el Instituto de Geología de la UNAM (IGLUNAM),
comenzó las primeras exploraciones paleontológicas en la zona. Desde entonces
el instituto de Geología ha realizado importantes proyectos enfocados a la
preservación e investigación de los fósiles. Actualmente el Museo de
Paleontología del mismo Instituto cuenta con un registro de aproximadamente
5000 fósiles extraídos de la cantera Tlatúa.
En el área cercana al museo de “Pie de Vaca”, se
encuentran huellas de diversos mamíferos que pertenecen a la era cenozoica
problamente del terciario inferior (35 millones de años) la semejanza
importante de estas huellas con las producidas por las vacas, propició que los
pobladores llamaran a este sitio “Pie de Vaca”; la mayoría de las huellas según
los especialistas podrían pertenecer a camellos.
También con una antigüedad de 35 millones de años en esta
localidad a orillas del río Axamilpa, se encontraron restos de plantas, como
hojas, flores, frutos, semillas y millones de granos de polen. Todo este
conjunto indica una vegetación muy diferente a la actual con una mezcla de
especies tropicales y templadas, prueba de que el paisaje de Tepexi estaba
dominado por un clima templado con una vegetación dominada por pino, efedras,
ceibas y gramíneas.
Por arriba de la información de “pie de vaca” y
ahuehuetes, se encuentra la localidad de “Valle del Mamut” de edad pleistocénica
(depositada hace un millón de años), en donde existen abundantes fósiles de
vertebrados característicos del cuaternario de América del norte, tales como
caballos (que son de origen mexicano), y de parientes de los elefantes como los
mamuts y mastodontes, además de parientes del armadillo como el glyptodonte con
una caparazón hasta de 2 metros de longitud.
B) Orígenes del Maíz en Tehuacán.
El doctor Richard
McNeish quien dirigió el equipo de investigadores en el proyecto Arqueológico
Botánico Tehuacán y encontró, entre 1960 y 1963 el más interesante y
significativo de los maíces prehistóricos conocidos: una serie de mazorcas
procedentes de las cuevas de el Riego y de Coxcatlán, fechadas entre 5200 y
3400 a.C. “Fue
encontrada en una capa de tierra que cubría el piso de una cueva que la gente
utilizaba como refugio. Los habitantes de esa caverna deben haber comido
aquellos primeros elotitos junto con otras hierbas y plantas, algunas frutas,
caracoles de río y carne de pescado y animal silvestre. En tierras mayas, el
descubrimiento más temprano de restos de maíz comestible se hizo en la orilla
del lago de Petenxil, en Guatemala. Por eso sabemos que nuestros antepasados lo
cultivaban seguramente a partir de 3,500 años antes de Cristo”. Los
estudios permitieron concluir que el cultivo del maíz se inició en el valle
hace cien mil años y que fueron los recolectores y cazadores quienes lo
convirtieron de maíz silvestre en maíz domesticado.
En 1931, la pirámide comenzó a explotarse por el arquitecto Ignacio Marquina; después de 25 años se perforaron ocho kilómetros de túneles y se descubrieron siete pirámides superpuestas. En la segunda se halló el Mural de las Mariposas. En un edificio anexo se encontró el Mural de los Bebedores (56 x 2 metros), con más de cien figuras antropomorfas que escenifican una ceremonia en honor de Octli, el dios del pulque. En el museo de sitio se pueden ver las réplicas de ambos murales y una maqueta del conjunto piramidal, incluyendo el patio donde hay tres altares de mármol, uno de ellos horizontal, de diez toneladas y una sola pieza, con la serpiente emplumada en su orilla, señal de ser obra tolteca y de haberse dedicado a Quetzalcóatl.
Este antiguo centro ceremonial de la cultura totonaca se localiza al noreste de Cuetzalan, a 190 kilómetros de la capital del estado. Se cree que fue fundado a inicios del periodo Clásico (0 a 900 d.C.) y que ante la invasión de grupos belicosos de lengua náhuatl comenzó a ser abandonado desde la mitad del Posclásico (900 a 1519 d.C.).
Yohualichan significa "lugar de la noche". Sus ruinas constan de una plaza rectangular, alrededor de la cual hay cinco montículos o pirámides con distinto número de basamentos y vestigios de templos en sus cimas. Aunque no todos los montículos se han excavado, se aprecia con claridad una unidad de estilo, primordialmente dada por los nichos que horadan los basamentos piramidales. En el sitio hay también un juego de pelota, cuya existencia se explica por el hecho de que, para nuestros antepasados, era este juego uno de sus principales ritos, ya que al golpear la pelota los participantes intentaban reproducir el viaje de los astros por el cielo.
El sitio se localiza al sureste de la
ciudad de Puebla, capital del estado del mismo nombre. Su acceso es por la
carretera federal número 150, la cual se dirige a Tepeaca; nueve kilómetros
después se toma la desviación que lleva a Tepexi de Rodríguez; dos kilómetros
adelante, al pasar la ranchería Moralillo, parte una brecha que lleva al sitio.
TESTIMONIOS
ARQUELOGICOS PREHISPANICOS. ZONAS ARQUEOLOGICAS
Cantona
Dentro de las zonas arqueológicas más importantes pero menos conocidas del
Altiplano central está la de Cantona, a la que se llega por la carretera
federal 129 que pasa por Libres. De ahí hay que llegar a Tepeyahualco para
tomar el camino a Cantona, ubicada a unos 115 kilómetros de la capital del
estado.
El rescate de esta urbe prehispánica, de gran complejidad arquitectónica,
es uno de los 14 proyectos especiales de investigación arqueológica que hay
actualmente en México. Se trata de una megalópolis del centro norte de la
cuenca de Oriental, ubicada en un "mal país" o zona de escasa
vegetación, que comprende un espacio de 11 a 12 kilómetros cuadrados, muy denso
en vestigios materiales, cuya importancia provino de su papel de ciudad-puente
entre el Golfo-sur y el Altiplano central. En su ubicación estratégica sobre la
ruta comercial y de intercambio cultural entre los pueblos de la costa oriente
y los de las tierras altas del centro, se halló en efecto el origen de su
fortuna. Hoy se sabe con certeza que su apogeo se produjo entre el Clásico
Tardío y el Posclásico Temprano; es decir, entre el siglo VII y el siglo X. Hay
en ella de tres a cinco mil patios y 15 mil estructuras arquitectónicas.
Tenía un amplio y elaborado sistema de comunicación, con calzadas elevadas y numerosos callejones, pasillos, escalinatas y rampas. Poseía además una intrincada red de patios delimitados por muros perimetrales, casi todos dentro de otras estructuras arquitectónicas. Se han descubierto restos de altares, pirámides y aposentos, lo mismo que 22 juegos de pelota. En ningún otro asentamiento prehispánico de México se han encontrado hasta ahora tantos de estos juegos como en Cantona. De la existencia de esta urbe se supo a fines del siglo XVIII, cuando se le mencionó en las Gacetas del sabio mexicano José Antonio Alzate; no obstante se considera al francés Henri de Saussure como su descubridor formal, en 1855. Estudios cada vez más serios comenzaron a realizarse desde la década de 1930, pero fue hasta 1993 cuando se inició un proyecto de rescate.
Dada la monumentalidad de Cantona, por el momento sólo se halla habilitada una parte representativa del asentamiento, a partir de la cual el visitante tiene una visión de lo que fue esta gran urbe. El circuito de visita incluye calzadas elevadas, áreas habitacionales, plazas, patios y plataformas, así como tres juegos de pelota, dos pirámides y un temazcal. Aunque esta zona sólo representa el dos por ciento de la superficie de Cantona, la extensión del recorrido es de tres kilómetros.
En el territorio del estado, la sierra norte luce como un enorme jade de reflejos fulgurantes. Hay tanto por conocer y admirar que resulta imperioso hacer al menos un recorrido por el levante y otro por el poniente. El primero forma nuestra séptima ruta y se bifurca en dos direcciones: una que comienza en la ciudad de Zacapoaxtla y atraviesa la célebre y pintoresca villa de Cuetzalan, para terminar en la zona arqueológica de Yohualichan, el mayor vestigio de la cultura totonaca en tierras poblanas.
Tenía un amplio y elaborado sistema de comunicación, con calzadas elevadas y numerosos callejones, pasillos, escalinatas y rampas. Poseía además una intrincada red de patios delimitados por muros perimetrales, casi todos dentro de otras estructuras arquitectónicas. Se han descubierto restos de altares, pirámides y aposentos, lo mismo que 22 juegos de pelota. En ningún otro asentamiento prehispánico de México se han encontrado hasta ahora tantos de estos juegos como en Cantona. De la existencia de esta urbe se supo a fines del siglo XVIII, cuando se le mencionó en las Gacetas del sabio mexicano José Antonio Alzate; no obstante se considera al francés Henri de Saussure como su descubridor formal, en 1855. Estudios cada vez más serios comenzaron a realizarse desde la década de 1930, pero fue hasta 1993 cuando se inició un proyecto de rescate.
Dada la monumentalidad de Cantona, por el momento sólo se halla habilitada una parte representativa del asentamiento, a partir de la cual el visitante tiene una visión de lo que fue esta gran urbe. El circuito de visita incluye calzadas elevadas, áreas habitacionales, plazas, patios y plataformas, así como tres juegos de pelota, dos pirámides y un temazcal. Aunque esta zona sólo representa el dos por ciento de la superficie de Cantona, la extensión del recorrido es de tres kilómetros.
En el territorio del estado, la sierra norte luce como un enorme jade de reflejos fulgurantes. Hay tanto por conocer y admirar que resulta imperioso hacer al menos un recorrido por el levante y otro por el poniente. El primero forma nuestra séptima ruta y se bifurca en dos direcciones: una que comienza en la ciudad de Zacapoaxtla y atraviesa la célebre y pintoresca villa de Cuetzalan, para terminar en la zona arqueológica de Yohualichan, el mayor vestigio de la cultura totonaca en tierras poblanas.
La segunda dirección se abre paso hasta el extremo oriente, cerca de los
límites con Veracruz. Se inicia en la sosegada ciudad de Tlatlauqui y se desvía
hacia la hermosa presa de La Soledad y el pueblo de Mazatepec. Retornando el
camino sigue por la risueña población de Chignautla y concluye en Teziutlán, la
urbe más relevante de esta porción del estado. Inmersos en las fragosidades de
la Sierra Madre Oriental, los puntos de esta ruta comparten un paisaje de
infinita belleza, formado por nutridos bosques, cascadas cristalinas, umbrías
cavernas, profundos barrancos y altivos riscos, envueltos todos en una
atmósfera mágica, impregnada del olor de las mejores tradiciones, patentes en
las fiestas, las danzas, los atuendos y la sabrosa comida regional. Si a ello se
agrega el comedimiento y hospitalidad de los lugareños, se tendrá completo el
abanico de razones que existen para visitar esta región del norte poblano.
CHOLULA
Aunque las iglesias de
Cholula llaman mucho la atención, el influjo de su pirámide es a todas luces
mayor. No falta en ello razón, pues se trata de uno de los monumentos más
grandes de la humanidad, formado por varias pirámides que se fueron
superponiendo en seis siglos hasta convertirlo, hacia el siglo IV, en un
basamento de 450 metros por lado con una altura de 65: dos veces mayor que la
pirámide del Keops en Egipto.
Dedicada a Chiconahui Quiáhuitl, un dios de
la lluvia, la pirámide ya estaba oculta cuando Cortés llegó a Cholula. Era
usual que cada nueva generación, tal vez marcada por el inicio de un ciclo
solar, hiciera una nueva pirámide sobre la anterior, cubriéndose ésta con
adobe. De tal costumbre vino a la ciudad -fundada en el siglo V a.C. por olmecas-xicalancas-
su nombre primitivo de Tlachihualtépetl ("cerro hecho a mano").
Huyendo de la barbarie chichimeca, hasta ahí llegaron en el siglo XII los
toltecas, y hallaron no sólo un refugio sino un sitio de reflorecimiento, cuya
hegemonía conquistaron pacíficamente, a fines del siglo XIII. Cholollan, o
"lugar de los que huyeron", fue el nuevo vocablo con que se designó a
la urbe, en la que muy rápido prendió el culto a Quetzalcóatl, cuyo templo se
erigió muy cerca del cerro bajo el cual yacía la pirámide.
Aunque los españoles se percataron de lo que había en las entrañas de aquel montículo, la empresa de acabar con una obra de siglos se reveló superior a sus fuerzas. Se contentaron así con edificar encima una iglesia, que en 1594 ya estaba dedicada a la Virgen de los Remedios. Reconstruida entre 1864 y 1874, tras un terremoto, es la iglesia que hoy vemos desde lejos, blanca y airosa, con sus altas torres y sus cúpulas esmaltadas.
Aunque los españoles se percataron de lo que había en las entrañas de aquel montículo, la empresa de acabar con una obra de siglos se reveló superior a sus fuerzas. Se contentaron así con edificar encima una iglesia, que en 1594 ya estaba dedicada a la Virgen de los Remedios. Reconstruida entre 1864 y 1874, tras un terremoto, es la iglesia que hoy vemos desde lejos, blanca y airosa, con sus altas torres y sus cúpulas esmaltadas.
En 1931, la pirámide comenzó a explotarse por el arquitecto Ignacio Marquina; después de 25 años se perforaron ocho kilómetros de túneles y se descubrieron siete pirámides superpuestas. En la segunda se halló el Mural de las Mariposas. En un edificio anexo se encontró el Mural de los Bebedores (56 x 2 metros), con más de cien figuras antropomorfas que escenifican una ceremonia en honor de Octli, el dios del pulque. En el museo de sitio se pueden ver las réplicas de ambos murales y una maqueta del conjunto piramidal, incluyendo el patio donde hay tres altares de mármol, uno de ellos horizontal, de diez toneladas y una sola pieza, con la serpiente emplumada en su orilla, señal de ser obra tolteca y de haberse dedicado a Quetzalcóatl.
Xiutetelco
De Teziutlán se toma la carretera
131, con rumbo a Atzala y Altotonga, va del estado de Veracruz, encontrando en
los límites estatales la población de San Juan Xiutetelco, muy pequeña y sin
servicios de ninguna clase, lo que no importa tanto, puesto que está muy cerca
de la ciudad. El atractivo de este pueblo es que está asentado sobre una enorme
zona arqueológica. Los basamentos piramidales, ahora cubiertos por la
vegetación, muestran todavía los cuerpos arquitectónicos que los componían. En
la cima de uno de ellos está la torre de la iglesia, como si los clérigos
quisieran demostrar el triunfo de su religión sobre la anterior.
Xiutetelco significa: "En el Montículo del Dios del Fuego", o: "En el Montículo del Señor del Año", ya que el dios Xiuhtecuhtli, era al mismo tiempo el dios viejo, el que había inventado el fuego y quien regía el calendario. A él debió estar consagrado el pueblo prehispánico, originalmente totonaco, pero dominado por los nahuas.
Las estructuras datan de la etapa próxima a la conquista, alrededor del siglo XV. Encima de uno de los basamentos más altos está una capillita la Virgen de Guadalupe, desde la cual se domina toda la población. Existe un museo muy simbólico, con una colección de piezas arqueológicas, algunas de ellas excepcionales.
Xiutetelco significa: "En el Montículo del Dios del Fuego", o: "En el Montículo del Señor del Año", ya que el dios Xiuhtecuhtli, era al mismo tiempo el dios viejo, el que había inventado el fuego y quien regía el calendario. A él debió estar consagrado el pueblo prehispánico, originalmente totonaco, pero dominado por los nahuas.
Las estructuras datan de la etapa próxima a la conquista, alrededor del siglo XV. Encima de uno de los basamentos más altos está una capillita la Virgen de Guadalupe, desde la cual se domina toda la población. Existe un museo muy simbólico, con una colección de piezas arqueológicas, algunas de ellas excepcionales.
Lamentablemente, a pesar de las
recomendaciones oficiales, la gente sigue construyendo, con muy mal gusto,
sobre esas piramides tan notables. Con
un poco de imaginación, se puede reconstruir mentalmente el centro ceremonial
que debió ser espectacular, al menos con seis basamentos muy altos, de cuerpos
escalonados, grandes rampas o escaleras y coronados por los teocallis. Todo con
recubrimiento pintado de vivos colores. Conjunto que debió contemplarse desde
muy lejos, en el asiento de Tezcatlipoca, donde ahora campea por sus respetos
el "Señor de Altotonga".
Yohualichan
Este antiguo centro ceremonial de la cultura totonaca se localiza al noreste de Cuetzalan, a 190 kilómetros de la capital del estado. Se cree que fue fundado a inicios del periodo Clásico (0 a 900 d.C.) y que ante la invasión de grupos belicosos de lengua náhuatl comenzó a ser abandonado desde la mitad del Posclásico (900 a 1519 d.C.).
Yohualichan significa "lugar de la noche". Sus ruinas constan de una plaza rectangular, alrededor de la cual hay cinco montículos o pirámides con distinto número de basamentos y vestigios de templos en sus cimas. Aunque no todos los montículos se han excavado, se aprecia con claridad una unidad de estilo, primordialmente dada por los nichos que horadan los basamentos piramidales. En el sitio hay también un juego de pelota, cuya existencia se explica por el hecho de que, para nuestros antepasados, era este juego uno de sus principales ritos, ya que al golpear la pelota los participantes intentaban reproducir el viaje de los astros por el cielo.
Estas ruinas recuerdan mucho a la ciudad prehispánica de El Tajín, Veracruz, que se halla a sólo 60
kilómetros, en línea recta. Y es que los nichos de los basamentos y las grecas
que decoran el talud de la pirámide mayor de Yohualichan, también existen en
esa ciudad sagrada. Puesto que ambos sitios pertenecieron a la cultura
totonaca, es de suponerse que sus relaciones fueran estrechas, a través de
rutas prehispánicas de las que algunos rastros quedan. En este sentido,
Yohualichan es interesante porque comprueba la antiquísima presencia de grupos
de la costa en la región de la sierra nororiental de Puebla.
Tepapayeca
Por la carretera que de Izúcar conduce a Cuautla está la entrada al antiguo
Tepapayeca, "lugar bueno y sereno", ubicado a 76 kilómetros de la
ciudad de Puebla. Con sus huertos familiares de árboles frutales delimitados
por chaparras bardas de piedra bola, este apacible pueblo cuenta con un sitio
arqueológico llamado Tlapanalá y un pequeño monasterio del siglo XVI.
La zona arqueológica apenas comienza a explotarse. Por ahora se observan sólo dos basamentos, pues varios otros permanecen bajo las casas actuales del poblado. Dos cuerpos que se hallaban encima de lo que hoy se aprecia y el templo prehispánico que coronaba el conjunto fueron demolidos en el siglo XVI. Las piedras se utilizaron en la construcción de nuevos edificios, como el monasterio levantado a finales de la misma centuria.
Cercano al sitio arqueológico, el monasterio está formado por la iglesia de La Candelaria y lo que queda de su convento: el bello y florido patio del claustro, con sus arcadas de medio punto sostenidas por columnas de fuste liso y capiteles de volutas simples. De la misma forma que el ex convento de Izúcar, el de Tepapayeca fue obra de frailes dominicos; es por eso que la arquería del claustro ostenta el escudo de esa orden.
La zona arqueológica apenas comienza a explotarse. Por ahora se observan sólo dos basamentos, pues varios otros permanecen bajo las casas actuales del poblado. Dos cuerpos que se hallaban encima de lo que hoy se aprecia y el templo prehispánico que coronaba el conjunto fueron demolidos en el siglo XVI. Las piedras se utilizaron en la construcción de nuevos edificios, como el monasterio levantado a finales de la misma centuria.
Cercano al sitio arqueológico, el monasterio está formado por la iglesia de La Candelaria y lo que queda de su convento: el bello y florido patio del claustro, con sus arcadas de medio punto sostenidas por columnas de fuste liso y capiteles de volutas simples. De la misma forma que el ex convento de Izúcar, el de Tepapayeca fue obra de frailes dominicos; es por eso que la arquería del claustro ostenta el escudo de esa orden.
Tepexi
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